miércoles, agosto 09, 2006

gAbrielli: A PARTIR DE PARRA




UNO
Las antologías son artefactos decididamente discrecionales y su contenido es una selección de textos al dente de su(s) autor (es). De las antologías podemos esperar casi todo. Desde la arbitrariedad a las omisiones y destaques subjetivos, patéticamente personalistas y disfuncionalmente creativos. Todas contienen el gusto de la mano que las elabora. Y contienen, sin duda, textos esenciales, algunos que sus propios autores no consideran representativos y otros que no debieran haber sido escogidos porque carecen de representatividad, peso y calidad poética. El antologador se transforma en juez y parte, y lleva adelante su proyecto contra viento y marea. Todas fueron escritas por algún objetivo y parten del punto de vista de su autor, como debe ser. Antologar es separar un conjunto aparte de manera selectiva. Las antologías son un inventario, la adjetivación de lo personal, una mirada de época, que siempre es restringida al ojo del amo que hace engordar el texto. Jorge Luis Borges que conocía de estos afanes, dijo en una oportunidad que nadie puede compilar una antología que sea mucho más que un museo de sus Simpatías y Diferencias. El inefable porteño ahondó aún más en su visión sobre estos libros guías, auxiliares de la memoria, cuando acuñó la frase: No hay antología cronológica que no empiece bien y no acabe mal.
He comprado a lo largo de los años algunas antologías de poesía chilena, norteamericana, venezolana, mexicana y quizás de algún otro país. Entre las curiosidades me ha sorprendido el volumen Poesía Chilena Contemporánea de Miguel Arteche, Juan Antonio Massone y Roque Esteban Scarpa, quien fuera mi profesor de Literatura General. Al final del índice acuña dos perlas: Enrique Lihn no autorizó ser incluido en esta antología y a continuación enumera los poemas que le habría gustado editar al antologador. Jorge Jobet también manifestó su deseo de ser excluido de estas páginas y se realiza el mismo procedimiento que con el poeta mencionado anteriormente. No conocía de estas sutilezas, pero ocurren como en este caso de una antología que abarca casi 100 años de poesía chilena. Son 150 poetas con 500 poemas. Está hasta el gato de Baudelaire.
Yo salí de Chile hace poco más de 31 años con un puñado de libros, entre ellos la Antología de la Poesía Chilena Contemporánea de Alfonso Calderón, con quien conversé poco antes de viajar y él me aconsejó que la incluyera en mi valija. Sus vistozas tapas rojas las forré con un papel inocente, porque el peligro(so) rojo cegaba al mandamás de turno. La presente antología, advierte al lector Calderón en sus primeras líneas, es el resultado de tres años de lecturas pacientes y reiteradas, de múltiples confrontaciones y dudas. La antología, que cuenta de dos partes, va de Diego Dublé Urrutia, 1898 hasta Gonzalo Millán, 1968, con su libro Relación Personal. La segunda parte es un Apéndice donde los autores testimonian sobre sus trabajos, la poesía y acto de creación, lo que le permite al lector encontrarse además de la obra con el autor en su solitario trabajo frente a la página en blanco. Es una selección de 33 poetas, la más balanceada que he leído para conocer la poesía chilena hasta los años 70 y sólo de allí desertó Hernán Valdés hacia la prosa. Lihn fijaba posiciones y nos dejaba en claro que la poesía tiene que ver más con el hombre y su relación con los acontecimientos socio-históricos, de lo que vislumbramos y a veces consideramos. Verso premonitorio, a demás: Un mundo nuevo se levanta sin ninguno de nosotros/y envejece, como es natural, más confiado en sus /fuerzas que en sus himnos. El profesor Naín Nómez, con Poesía Chilena Contemporánea. Breve Antología Poética, hace una selección de lo que él llama los principales poetas contemporáneos de Chile. Son ocho los elegidos en su orden: Gabriela Mistral, Vicente Huidobro, Pablo de Rokha, Pablo Neruda, Humberto Díaz Casanueva, Nicanor Parra, Gonzalo Rojas, Enrique Lihn y Jorge Teillier. No figura en esta selección de principio de los 90, Rosamel del Valle. Abre cronológicamente la Mistral por ser precursora de un cambio trascendental en la creación poética y cierra Teillier, quien creó la Escuela Lárica. Nómez no sólo presenta a los autores, sino nos entrega un perfil crítico de su obra, algo más que un trazo sobre sus vidas e incluye opiniones de los autores sobre la poesía. Nómez recoge en su selección tal vez las fuentes más poderosas de la poética chilena contemporánea, principalmente del siglo XX. La poesía en Chile ha sido una especie de primera, segunda y tercera memoria nacional. A ella acuden quienes quieren conocer un poco más del ser nacional, de la geogragía física de la larga y angosta tierra de quejas y contentaciones. El alma de una nación está en su poesía, en la intimidad de la rosa y la espina.
Existen dos antologías históricas. Selva Lírica, de 1916, que dejó por fuera a la Mistral, y la de Jorge Elliot, 1935. Ambas dejaron huellas y polémicas y son punto referencial hasta nuestros días, porque son textos que marcaron una época. Los ridíciculos preciosos, como le llamaron a sus jóvenes antologuistas, Volodia Teiteilboin y Eduardo Anguita, estremecieron poéticamente su tiempo con su olfato y arbitrariedades, el talento de dios y el demonio.
Erwin Díaz es el poeta antologador de esta antología intitulada Poesía Chilena de Hoy, de Parra a nuestros días, que tiene 10 ediciones, y la primera se remonta a 1988. Sus más de 500 páginas están integradas por 30 poetas, que escriben después de Neruda, a partir de Parra. La primera gran curiosidad de esta Antología es que en la Advertencia eliminar, suscrita por el crítico y profesor, Federico Schopf, es la advertencia que hace (válida la redundancia) que: "como era de esperar, el antologador y el que escribe estas líneas no están del todo de acuerdo en torno a los autores , y poemas elegidos". Erwin Díaz, es eel responsable de la Antología, decanta Schopf, quien ha compuesto estos materiales en medio de la desinformación y dificultades existen en Chile a partir del 11 de septiembre de 1973. (La última edición es del 2005, cabe destacar y la dictadura concluyo en marzo del 90) lo cierto es que el desencanto por la poesía política nerudiana, sigo a Schopf, llevó a los poetas jóvenes destacados de ese entonces, Lihn y Armando Uribe a un encuentro con la antipoesía que desarrollaba Parra a partir de Poemas y Antipoemas (1954). Schopf confunde los años, habla de la antipoesía del Cancionero sin Nombre (1938), poemario que olvidó Parra, por no representar justamente su antipoesia, y con evidentes influencias garcíalorquianas. 17 años reflexionó Parra su futuro producto, para ver como entraba en el escenario de los grandes poetas chilenos. Parra entra a la escena y no la abandonaría más con Neruda vivo o sin Neruda, y si bien Enrique Lihn sostiene que el poeta de Versos de Salón, sustenta una estética que lo coloca al margen de nuestra tradición literaria, por Parra pasan Huidobro, Neruda y Carlos Pezoa Véliz y etc. Nada viene del aire, ni el amanecer de Parra, que es la nueva vendimia de la poesía chilena, de quien se transformó en un vocero de la calle, áspero ruiseñor de la vida, luminoso individuo con su soliloquio imaginario y real.
DOS
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